EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

viernes, septiembre 25, 2015

ANTONIO BIENVENIDA : LA PLASMACIÓN PERFECTA DEL CONCEPTO DEL TOREO

        “Primavera en el otoño de Antonio Bienvenida”

"Ya puedo morir tranquilo, porque he visto torear como yo soñaba el toreo", Le comentó el Papa Negro  su hijo Antonio, cuando volvió al callejón después de la lidia de “Parlador”, del hierro de “Cerralto”. Era el 5 de septiembre de 1964. El escenario, San Sebastián de los Reyes. Y en efecto, aquello fue como una nueva primavera en el toreo.
Precisamente por ahí iba el título que Antonio Díaz-Cañabate escribió para su crónica en ABC: “Primavera en el otoño de Antonio Bienvenida”. Se lidiaba aquel 5 de septiembre una corrida de los hermanos Cembrano, con el hierro de Cerroalto, en la que adquirió el grado de matador de toros el venezolano Ramón Montero “Maravilla”, siendo testigo Victoriano Valencia, entrado a última hora por cogida de “El Viti”. Tras un preámbulo extremadamente critico con lo que habitualmente ve en los ruedos: “Me desespero. Me aburro –escribe—en medio de ovaciones sin cuenta. Me abruman cuánta oreja, cuánto rabo, y qué poco toreo.( ….) Esto no es torear. Torear es la faena de  muleta realizada por Antonio Bienvenida al cuarto toro”.
El relato que el cronista no deja lugar a dudas. Comienza situándonos en el contexto de los hechos: “Antonio Bienvenida se encuentra en el otoño de su vida de torero. Pasó la primavera novilleril. El verano, plenitud de matador de toros, pasó. Se anuncia el otoño. Antonio Bienvenida entra en él sin la fatiga ni los calores estivales, y los ardores primaverales. Entra ligero de cuerpo y de espíritu. Terribles tormentas le cercan, pero no le contaminan. Fuegos de artificio deslumbran ojos incautos, pero deja a los suyos intactos. Ojos que han visto el toreo. Ojos que conocen el toreo. Y sigue su camino otoñal. ¿De cara al invierno? No. De cara a la primavera. Antonio Bienvenida sabe que en el otoño cabe la primavera, que en el otoño también florecen las rosas. Y Antonio Bienvenida ha realizado una faena de muleta de primavera en el otoño”.
“¿Como fue?”, se autopregunta de seguido el cronista. Su respuesta no deja espacio para la duda: “No me pidáis descripciones imposibles. Fue un florecimiento, no de unas rosas, sino de un pensil. Se abrían los capullos de los pases. Se abrían como si la muleta fuera una varita mágica. Que alumbraba tan pronto un natural, como uno en redondo, como un ayudado por bajo, como uno de pecho, como uno por alto. Todos ellos unidos, ensamblados, arraigados en una unidad, en un conjunto, formando un ramillete, formando un manojo de belleza, la belleza del ritmo que acompaña, de la serenidad que entona, de la elegancia que engrandece, del temple que suaviza, de la majestad que sublima y de la  gracia que embelesa. ¡Torear! ¡Dios mío, torear! Lo que uno no ve nunca. Primavera en otoño. Primavera del arte en el otoño de la vida”.
Más adelante escribe Cañabate: “Mató de media delantera y le concedieron las orejas y el rabo. Yo que Antonio Bienvenida, con toda humildad. Pero también con todo orgullo, hubiera rechazado tales recompensas, buenas para lo falso, mezquinas para la verdad. No se puede pagar igual el oro que el plomo. Aunque a veces el plomo valga más que el oro”.
Le quedaba al maestro la conclusión de su crónica. Le bastaron dos líneas de periódico, nada más. “Antonio Bienvenida: En ti se confirma la regla. El arte cuando es puro es eterno”.
Y es que acababa de ver la que el propio toreo consideró siempre la mejor faena de su vida, la plasmación perfecta del concepto del toreo que le inculcó su padre, Manuel Mejías “Bienvenida”. Lo cuenta muy bien Vicente Zabala en su libro “Hablan los viejos colosos del toreo”, un trabajo periodístico y literario que leído con el paso de los años recobra nuevos valores. De aquellas conversaciones, extrajo una gran verdad: “Antonio no entendía el toreo de otra forma que no fuera como arte. Se lo habían inculcado desde niño”.

Fuente: http://www.taurologia.com/primavera-otono-antonio-bienvenida-1936.htm

sábado, septiembre 05, 2015

Alfonso Navalón: el hombre que sabía demasiado

Alfonso Navalón: el hombre que sabía demasiado

Por:  27 de agosto de 2012
ALFONSO NAVALÓN    (1933-2005)
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Tal un día como hoy, siete años atrás, moría el crítico de toros y escritor, Alfonso Navalón.  Tuvo en vida tantísimos detractores como admiradores. Era considerado por los primeros como un tipo deplorable, campeón del insulto y del improperio, faltón, desagradable, áspero y desabrido, pertinaz injuriador, grosero, maleducado y cuantos apelativos negativos más se quieran añadir.
Opuestamente, sus admiradores decían que él era quien más sabía de toros y el mejor crítico de la historia. No ocultaban que abusaba del sarcasmo y del ataque personal y directo, por lo que frecuentó más de un juzgado de guardia, además de sufrir agresiones por parte de iracundos toreros. Quedó probado que fue el crítico más cotizado. Acudían por centenares a escucharle en los coloquios de las principales ferias. Todos querían saber cómo diseccionaba cada corrida.
     Conocí a Navalón hará unos treinta años. Todos los agostos nos veíamos en Bilbao. Hablábamos de toros (él hablaba, yo aprendía). También compartimos algunas francachelas (incluida la exhibición metílica del toreo de salón por las calles bilbaínas). En una ocasión me presentó como discípulo suyo a unas aficionadas francesas. A mediados de los noventa le entrevisté para un libro que tenía en preparación (llegó a editarse en 2002 con el título Las palabras del toro). Mas ese libro mío no es nada si lo comparo con su libro, titulado Viaje a los toros del sol. Agotado enseguida. lo leí fotocopiado, y lo adquirí después cuando se volvió a editar en 2005, el mismo año de su muerte. Treinta años antes, Juan Luis Cebrián lo mandó editar, juntando las crónicas que Navalón escribiera para el periódico Informaciones (el verdadero autor de un libro es aquel que lo hace editar, aseguraba Jules Renard).
     Releo una y otra y otra vez ese libro. No he encontrado en ninguna de sus páginas una sola muestra de aquello que los detractores le acusaban. Al revés. Se vislumbra al hombre franco-directo-honesto. Suena a verdad cuanto dice. Te lleva al corazón de las dehesas (por las salmantinas primero, para terminar en las andaluzas), contándolo con amena sencillez. La gracia y la profundidad de los contenidos –trufado de anécdotas chispeantes– están escritas con una prosa vigorosa de enriquecido léxico. Viaje a los toros del sol fue declarado texto oficial del idioma español en la Universidad de París (La Sorbona).
     Esta literatura de los toros en el campo es una defensa a ultranza del toro de lidia, cuya majestad, la infame cohorte de palmeros de las figuras y la mayoría de ganadineros, trata de convertir en vergonzante vasallaje.
     Treinta años después de haberlo escrito, Navalón recordaba en el prólogo de la reedición su lucha de entonces con emotivas-contundentes-adoloridas palabras: “Este mundo fascinante de emociones y ensueños se ha convertido en un burdo negocio donde todos quieren vivir a costa de humillar al toro. Ya no es el Rey de la Fiesta. Es sólo una pobre víctima del egoísmo de los taurinos que le quitaron la casta, la fuerza y encima le asesinan en el peto, y luego unos presuntuosos toreros se hacen millonarios, practicando la trampa y no la arriesgada técnica del buen toreo. Para colmo, los cronistas corruptos ignoran su gloria en el triunfo de los toreros y lo difaman para justificar el fracaso de los incompetentes”.
                                                              ***  
     Cada vez que escribimos estamos examinándonos de algo. Eso me ha pasado con Navalón a largo del tiempo. Todas mis crónicas de toros, aparecidas primero en Diario 16, más tarde en Deia y El Mundo, para culminar, a partir de 1998, en El País, fueron escritas pensando en llegar a ser algún día un digno discípulo de tan afamado maestro... Mas no habrá continuación. Doy por concluida mi relación activa con el mundo de los toros. Me despido a la manera de Robert Graves: "Adiós a todo eso".      

martes, septiembre 01, 2015

Diez años después, la verdad de Alfonso Navalón en la memoria

ALFONSO NAVALÓN GRANDE



Las cuatro verdades fundamentales sobre las que se vertebró la literatura de Don Alfonso, como su lucha contra el afeitado o la prensa pagada por los toreros.

A finales de agosto de 2005 la mala noticia hacía acto de presencia en el orbe de los aficionados a los toros: Alfonso Navalón Grande ha muerto. Quién iba a decir que su reaparición tertuliana por San Isidro ese mismo año, iba a ser una de sus últimas faenas en las arenas de la crítica taurina. 

El presente artículo -lo advierto ya- ni es una apología, ni tampoco una reprimenda a los juntaletras que respiran ahora al socaire de los vientos del taurineo; este texto pretende únicamente evidenciar cuales fueron las verdades sobre las que se vertebró la literatura de Don Alfonso. Sus, bajo mi punto de vista, cuatro verdades fundamentales. Bien es cierto que, evidenciar la verdad de semejante personaje, no es una tarea fácil, ni narrable en cuatro líneas, pero más difícil debió ser para quienes lo criticaron el refutar las premisas sobre las que, tan felizmente, se explayaba cuando el nervio de la pluma corría por la fuerza de sus manos.


Si alguna batalla caracterizó gran parte de los escritos del salmantino –aunque nació en Huelva- fue sin duda la del afeitado, esa práctica que aún hoy muchos taurinos del negocio siguen negando y que, si Navalón estuviera aquí ahora, epilogaría en segunda parte con el tema de las fundas. El tema del afeitado, en realidad, no fue más que la punta del iceberg, lo más escandaloso y evidente de la degeneración a la que se estaba sometiendo al toro por aquellas décadas de actividad frenética. Él planteó ahí la guerra; esa fue una de sus verdades. Por cierto, no lo hizo tanto en torno a ese primer lustro del siglo XXI, sino treinta o cuarenta años antes, cuando realmente era difícil sustentarla. Muchos tildaron entonces a Don Alfonso de mentiroso; miren si lo era que tuvieron que llegar ganaderos como Paco Escudero para asegurarnos que «El afeitado es algo más que un engaño al público. Es una traición al compañero. Es una competencia desleal para vender mejor que el vecino. Di Alfonso que lo digo yo. Di que eso no es de hombres. Que venda más caro el que tenga los mejores toros, pero no el que más prisa se da en meterlos al mueco…». Así de dudosas eran las fuentes de Navalón, y por ello mismo así lo describía. En otra ocasión, el mismo Paco Galache, con lo duro que éste era, dejó el presunto mentidero abierto: «Eso son tonterías vuestras, yo no creo que se atreva nadie a afeitar, por lo menos tanto como dicen…». Y qué decir de Manuel Arranz, que mostrándole al onubense en la finca una corrida como para Pamplona, le decía: «los matarán en Francia. Como allí lo del serrucho no está castigado, lo más seguro es que me la lleven tres figuras que quieran ir cómodas». O Joaquín Buendía, quien le admitía que afeitaba para Carlos Arruza. Todo pues, como se ve, un claro invento de Don Alfonso.


Otro de sus “inventos” y “mentiras” fue el que atañía a la prensa. Y de ahí le vino su otro madero de crucifixión… y otra de sus verdades. Gran caballo de batalla; integridad para sí, y desenmascaro para el prójimo. Isaías Vázquez, el de los famosos tulios, conversando con el salmantino de a cómo se pagaban las corridas de su época, le explicaba: «A mí han querido pagar 325.000 pesetas para una plaza de primerísima categoría, donde dan 80.000 duros por corridas que no tienen cartel. Por eso, antes de ir a Madrid o Barcelona, como creo que debo ir, prefiero matarlas en un pueblo, donde no tengo la responsabilidad ni me expongo a que salgan dos toros malos y la prensa pagada me dé un palo por defender a los toreros…» ¿Invento también de Isaías?.


Afortunadamente esa prensa no-pagada, la íntegra -mentidero según los aduladores-, también existía y valía para algo. Alipio Pérez-Tabernero, ahí es nada, le decía a Don Alfonso en cierta ocasión: «Desde luego, tengo que reconocer algo a favor vuestro. Decís muchas cosas molestas, pero habéis conseguido que el público se encolerice con el becerro. Y en la temporada próxima van a chillar mucho a los toros chicos porque estáis siempre hablando de lo mismo. Y hasta puede que haya también muchos problemas en los reconocimientos, porque los veterinarios también os tienen miedo. Este año va a ser difícil que cuelen los gachos, los cornicortos y los mogones, por lo menos en algunas plazas…» 


Incluso en sus propias contradicciones, fue un crítico de verdades sin tapujos: «Por lo visto, estos “honrados” cronistas no se habían dado cuenta de que están afeitando a mansalva hasta que vieron mis toros, cuando soy el único ganadero que ha proclamado a los cuatro vientos que no tengo más remedio que despuntarlos si quería que me los matasen las figuras. (…) Y desde entonces he recibido duras críticas de mis distinguidos colegas que aconsejan prudentemente que lo haga pero no lo diga. Que mienta como ellos, como si fuera un juampedrodomecq cualquiera, hipócrita y fariseo. (…) Valiente atajo de cobardes y lameculos estos cronistas que jamás han tenido cojones para enfrentarse conmigo y ahora cometen la cobardía de tirarse el farol de sentirse decentes ante algo que están hartos de ver todos los días y que además ha sido previamente denunciado por el propio ganadero»


Otra de sus verdades: los toreros. Mucha gente parece ser que sólo se enteraba de cómo toreaban en realidad algunos, cuando críticos de relumbrón como Manolo Molés, criticaba a las figuras; figuras como José Tomás. Éste es un ejemplo paradigmático. Escribía Molés en la crónica de una famosa corrida en la que le echaron para atrás un toro al de Galapagar: «¡Qué vergüenza y qué petardo! (…) Qué estupidez más injustificable la de no ser capaz de torear a un toro de dos orejas y acabar escuchando los tres avisos (…) El único toro bueno de la impresentable corrida, con un pitón izquierdo excelente, desaprovechado en un barullo de faena sin temple ni mando, ni siquiera la muleta por donde hay que cogerla». Entonces se enteró la plebe de lo que era José Tomás; pero las verdades de Navalón habían sido ya tan claras, que incluso llegó a titular mucho antes una crónica propia del siguiente modo: «¡José Tomás no sabe torear! Se aclaró que era un toro noble después del aviso».


Pero definitivamente, una de sus mejores verdades, fue la exaltación del toreo bueno y la exhibición constante de la verdadera alma de la tauromaquia. Sirva esto de epitafio. «El cuarto había salido huyendo de los capotes, y le dio abundantes coces al peto las cuatro veces que salió huyendo del picador. Descompuesto en banderillas, cuando Antoñete toma la muleta con el público en contra (…) se va a los medios, se dobla con él con torerísimo empaque y, sin más, se va lejos, dejándose ver, y cita al natural. El manso va pegando oleadas y el viejo torero, serio y sobrio, lo embarca en soberbios naturales, sin ceder ni un palmo de terreno. No lo entendían, era todo demasiado sencillo y demasiado grandioso».


Poco antes del fallecimiento de Joaquín Vidal, cuando la enfermedad ya no le dejaba asomarse a sus páginas de El País, escribía Navalón: «Después de Vidal, ¡el diluvio!»; pero, ¿y después de Navalón? El Apocalipsis.
Fuente:http://www.purezayemocion.com/noticia/2367/actualidad/alfonso-navalon-grande-critico-taurino.html