EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

sábado, marzo 15, 2014

JOAQUÍN VIDAL, EL CRÍTICO TAURINO POR ANTONOMASIA



El próximo mes de abril se cumplirá un aniversario más desde que no nos dejara –aunque el formulismo aquí no valdría porque dudamos mucho que lo hiciera así- el ilustre crítico taurino Don Joaquín Vidal Vizcarro. Ilustre -por una parte- porque lo fue durante todo su ejercicio tanto en cuanto a forma literaria se refiere como en lo enjundioso de todo cuanto explicaba; y crítico taurino -por otra- porque él fue de los pocos que obedeció a los más puros cánones de la crítica de arte.

Recuerdo -y releo- de continuo la publicación con que PRISA homenajeó a su vástago al publicar en Aguilar, editorial de su propiedad, una muy buena recopilación de sus escritos extraídos de veinte años de ejercicio en El País, una publicación que venía titulada como Crónicas taurinas. Joaquín Vidal. No todo lo que hacen los del antiguo monopolio podía salir tan redondo. Y es que es totalmente inexacto titularlo “crónicas taurinas”; Vidal no era un cronista, era un crítico.

El cronismo queda para los tecnócratas de la letra, o sea, para periodistas, para los relatores de hechos, y para los cirrosos que no dejan el alcohol ni a la de tres. La crítica taurina, lo que hacía Vidal y hoy sigue sin hacer casi nadie, es como hacer crítica de arte.

Don Joaquín era el crítico por antonomasia. Por supuesto, y sin ser necesario mentar a la pléyade de ignorantes que fluyen en el curso de su propio descrédito, no hay que simplificar puerilmente los conceptos y, cuando decimos que el santanderino era "el crítico", no queremos decir que fuera el gran censurador. En primer lugar porque criticar, en esencia, no es sinónimo de ir contra algo o alguien; criticar es en sí enjuiciar, evidenciando lo malo o lo bueno. Es, simplemente, una puesta en valor. La crítica de arte -la crítica taurina pues- parte, a grandes rasgos, de la observación detenida de aquella manifestación artística que quiere juzgarse; pasando después a desbrozar sus formas; y finalmente escudriñar en la historia del género artístico en que nos adentramos para compararla con nuestro objetivo, ponerlo en valor y poder posicionarnos, consecuentemente, en sus creatividades, retrocesos, fortalezas o carencias. Eso hacia Vidal y por eso era un gran crítico taurino; no era un mero relator de corridas, ni un cronista del espectáculo. La mayoría de los tecnócratas de la letra de hoy no pasan de lo que les dicta el gusto -que es servil-, ni del obnubilante lanceo de las telas -que es relativo-, ni del cegeante destello del caché andante -que es extrataurino-. No pasan, en resumen, del supérfluo formalismo y la pandereta.

Otra cuestión, tan fundamental como la anterior, es que Vidal tenía además bien claro que el concepto esencial de la tauromaquia se basaba en un primigenio e imprescindible protagonista llamado toro: «La corrida estuvo muy lejos de ser brillante, pero había emoción, que es parte fundamental del espectáculo. Cuando los toros salen imponentes, fuertes, leídos y marcusianos, la fiesta adquiere densidad argumental e importancia, y alcanza unos niveles de tensión quizá excesivos para gentes delicadas. Pero qué le vamos a hacer: es así.» (Madrid, 4-IX-1979)

Y no es para menos. Aunque parezca de perogrullo hay que ir recordando constantemente que las palabras definitorias del espectáculo actual -toreo, torero, plaza de toros, etcétera- vienen y derivan de una sola: toro. Será por algo. Pero Vidal, que de esto -de literatura y filología- sabía tanto como de toros, no se cansaba de repetir que en el tauricidio perpetrado por el mundillo estaba el problema: «Parece ya inútil ponderar, pedir, comparar, aducir paradojas, apuntar corruptelas, denunciar el estado de la cuestión: la Fiesta es como han querido hacerla los taurinos y, éstas, son lentejas, o las tomas o las dejas.» (Pamplona, 8-VII-2001) Y palabras como estas, parece ser, era lo que molestaba a algunos.

Incluso durante años se permitieron el lujo de culpar a Vidal de alguno de los males de la Fiesta; ni que él se hubiese dedicado a afeitar toros, descastar la cabaña brava, hacer cambios de cromos o redactar el actual reglamento taurino. Afortunadamente nada de esto ha logrado coartar el hecho de que la figura del gran crítico se haya ido agrandado lustro a lustro.

Por cierto, pruebas hay para corroborar la talla innegable que llegó a alcanzar el de Santander. La cuestión está en que curiosamente, mientras a otros jamás les negaron el pan, a Don Joaquín lo denostaron. Lean ahora estas palabras que hablan del toro:

«Es sabido que la gente de coleta divide las vacadas de reses bravas en dos categorías: las preferidas por ellos, en atención a sus condiciones de lidia, blandura de patas, cuellos y cuernos cortos, poca alzada, escasez de poder, etcétera, y las que, reuniendo cualidades opuestas, fueron desde antiguo temidas por los toreros.» ¿Creen que corresponden a letras de Joaquín Vidal?. No. Son del incuestionado F. Bleu en el primer tercio del siglo XX.

«Las ganaderías llamadas de la tierra han sufrido una completa transformación, y no son sombra de lo que fueron respecto a pujanza y a dificultades de lidia. Alguien, por esto, las considera mejoradas. No lo discuto y no niego que han ganado en igualdad, pero cuando miro hacia atrás y me acuerdo de muchas corridas, me pasan ganas de no volver a presenciar las chotadas y mojigangas actuales.»; ¿Joaquín Vidal?. No. Otra vez más, Bleu en el primer tercio del siglo XX.

Ahora leamos diatribas sobre el toreo:

«Los muchachitos salen de las tientas hechos unos torerazos. El natural y el redondo no tienen secretos para ellos. ¿Y no necesitan saber más?. ¿Para qué?. No necesitan conocer el toreo de dominio, porque nada hay que dominar. No necesitan recursos para los toros difíciles, porque solo se tropiezan con uno de pascuas a ramos. No necesitan saber torear de capa, porque, con cuatro chicuelitas, arreglado el asunto. No necesitan saber matar porque, aunque maten a pellizcos, como la faena haya sido ligeramente tremendista, tienen aseguradas las orejas y, si el presidente es un pelmazo, la vuelta al ruedo.» De nuevo preguntamos: ¿son palabras de Joaquín Vidal?. No. Ésta vez son del reconocido Antonio Díaz Cañabate -mediados del siglo XX-.

«Al amparo de esta tolerancia, aceptada sin repulsa por el público, los mangoneadores taurinos se aprovechan en rebajar muy seriamente la peligrosidad del toro, tan seriamente, que se atreven nada menos que a mutilar sus pitones. Para mi, esta atrevida hazaña es un golpe mortal para la fiesta. Creo que puede determinar su radical transformación en un espectáculo puramente funambulesco, con una remotísima idea de lo
que fue el arte de torear, porque el arte de torear está fundado y se mantiene en la peligrosidad del toro.»; ¿Joaquín Vidal?. No. Otra vez más, Díaz Cañabate a mediados del XX.

¿Se aleja todo esto de lo que explicó tan didácticamente Vidal?. Entonces, ¿por qué Bleu o Cañabate son indiscutidos hoy por el mundillo que tanto odia a Vidal?.

Fuente: http://www.criticastaurinas.net/arte_literatura/joaquin_vidal_el_critico_taurino.htm

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