EL EJE DE LA LIDIA

EL EJE DE LA LIDIA
"Normalmente, el primer puyazo lo toman bien los toros, y si ése fuera el único del tercio, todos parecerían bravos. En el segundo ya empiezan a dar síntomas de su categoría de bravura. Y es en el tercero donde se define de verdad si el toro es bravo o no. En el tercer puyazo casi todos los toros cantan la gallina, se suele decir". JOAQUÍN VIDAL : "El Toreo es Grandeza". Foto: "Jardinero" de la Ganadería los Maños, primera de cuatro entradas al caballo. Corrida Concurso VIC FEZENSAC 2017. Foto : Pocho Paccini Bustos.

viernes, abril 29, 2011

VICTORINO : EL NACIMIENTO DE UN MITO

VICTORINO HA PERDIDO LA MEMORIA (1)

Olvida a quien lo ayudó cuando no era nadie

Alfonso Navalón

Me resulta doloroso escribir sobre esa sentencia popular de “el que no es agradecido no es bien nacido”, porque una de las mayores miserias del hombre es la ingratitud. Esa mala conciencia de olvidar a quienes lo ayudaron a salir de la nada para convertirlo en un ídolo y pasar de la pobreza a los millones. Todo el mundo sabe que mucho de lo que es Victorino me lo debe a mí. Desgraciadamente al subirse al machito del triunfo lo ha olvidado. Como olvidó a otros muchos amigos leales que lo apoyaron cuando no era nadie.

Empezó repudiando a su propia mujer que entregó su vida para que tuviera unas pesetillas y sostener la casa, cosiendo y trabajando para fuera. Mientras él andaba por las tertulias de Madrid, Maruja cosía como una esclava para sacar a los hijos adelante. En cuanto el nuevo ganadero alcanzó la fama y dinero la dejó tirada., como tanto nuevos ricos que al mejorar de posición buscan mujeres nuevas y tratan a la madre de sus hijos como a una criada. Maruja aguantó con gran dignidad estas humillaciones y se negó a formar parte en la nueva corte de amigos y aduladores que llegaron en bandadas a la hora del triunfo.

Al cabo de los años cuando fui a visitarla vivía en la casa del vaquero en “Monteviejo” con entereza y resignación. Me ofreció de corazón una taza de leche migada que era todo lo que tenía mientras su marido andaba por los grandes hoteles, rodeado de mujeres y falsos amigos de la nueva fama: “Ay, Alfonso por aquí ya no han vuelto los que estabais entonces cuando no teníamos más que trampas…” Si se hubiera puesto en su sitio se habría quedado con la mitad de las fincas y la ganadería que le correspondía por ley. Pero no quiso nada, encerrada en la finca de Cáceres, mientras su marido se casaba con otra que tardó muy poco en dejarlo plantado.

Si esto lo hizo con su mujer a nadie va a extrañarle el mal pago que dio a todo lo que hice por él. Me limité a no volver por su casa ni a invitarlo a la mía, donde durante muchos años le di tratamiento de estrella en aquellos tentaderos donde convocaba a las figuras del toreo, de la política y de la alta sociedad. Por allí pasaron muchas celebridades y Victorino era el picador que tentaba las vacas. Algo que no había hecho jamás y se ganaba las voluntades con ese gesto de humildad y llaneza.

Cuando dejé de serle útil porque ya no escribía me di de lado. Y se arrimó a Molés y demás mercaderes para seguir en candelero. Comprenderéis que después de tantos años viviendo por dentro el mundillo del toro no iba a extrañarme el comportamiento porque la ingratitud es algo muy frecuente entre los taurinos. Casi siempre los que triunfan se olvidan de quienes los ayudaron en las horas duras.

Estos días ha tenido la desvergüenza de hacer unas declaraciones en “Aplausos” haciéndome de menos para darle coba a Zabala y a su nueva corte de advenedizos. Los que vivieron aquella época saben que el pobre Zabala tuvo una intervención anecdótica en la aparición de Victorino. Estaba entonces en “Nuevo Diario”, de modestísima tirada y cuando surgió el pleito entre El Cordobés y Palomo porque los dos querían la corrida de Galache para San Isidro, el astuto paleto ofreció gratis una corrida suya para que la mataran los dos.

Fue una habilidosa forma de darse a conocer. Pero no le hicieron ni caso. Ni Zabala tenían entonces la mínima fuerza y el supuesto ganadero era sólo un carnicero de Galapagar conocido como tratante de ganado. Victorino dice que “se armó la mundial”. Lo cierto es que no hicieron puto caso ni a él ni a Zabala. Los empresarios de Madrid tampoco. A fin de cuentas lo que ofrecía eran unos toros de desecho destinados al matadero.

Ese era el rumor general. La ganadería de Escudero Calvo había dejado de exsitir porque los sobrinos que la heredaron no tenían posibilidades de sacarla adelante y se la vendieron a precio de carne pero entre ellos había un caballero llamado Andrés Asensio, que olvidándose de los embargos y del dineral que debía Victorino, se puso de su parte para salvar la ganadería. Y ahí es donde aparezco yo haciendo memoria de los muchos toros de bandera que había visto lidiar como sobreros, cuando ya la ganadería estaba en la cuesta debajo de la descomposición. Recordé, sobre todo, que con un sobrero de este hierro se consagró como figura “El Viti” en Madrid con su primera saluda por la puerta grande.

Me di cuenta del partido que se le podía sacar a la recuperación de una ganadería con viejo cartel, donde necesariamente tenían que quedar muchas cosas buenas y sobre todo del juego que podía dar un cateto listo en aquella España que ya estaba harta de señoritos inúltiles y de ganaderos vendidos al poder de los toreros. Victorino podía ser el símbolo del triunfo del humilde, como representante del pueblo frente a bobería de los terratenientes y aristócratas. Me interesaba más el personaje para romper moldes, cuando se tambaleaba el franquismo y la gente necesitaba ídolos diferentes. Salvar la ganadería era mucho más fácil. Bastaba con cantar a los bravos y demostrar que el peligroso con sentido hacía falta para darle emoción frente a tantos borregos como nos aburrían en el ruedo. El cateto lo vio muy pronto y representó su papel a las mil maravillas.

Victorino aparecía en el Wellington con su jersey viejo, sus botas sucias y sus dientes de oro. Así entraba en los lujosos salones donde los señoritos de Jerez lucían sus corbatas de seda natural y sus trajes a medida. Victorino además olía muy mal porque entonces no se había familiarizado con la ducha. Era el antiganadero y el antiseñorito. Era también analfabeto. Pero hablaba con facilidad y decisión y hasta las patadas que le daba al diccionario le daban todavía más autenticidad.

En aquella España de la apertura yo no podía apuntarme al bestiaje del heredero del Conde de la Corte que tardaría muy poquito en destrozar la ganadería. No veía futuro entre los ganaderos de mi tierra, conservadores y burgueses que, muerto Antonio Pérez se había dejado quitar el mando por los andaluces.

En Salamanca sólo me quedaba un personaje para triunfar en la nueva historia. Era otro cateto de pueblo, listo y campechano con mil historias para contar. Era “El Raboso” con sus bravos “coquillas”. Pero El Raboso estaba dominado por el ambicioso Pedrés que quería quedarse con la ganadería y las fincas. El Raboso se acojonaba cuando veía a un empresario y no tenía agallas para protestar en defensa del toro. Además era muy mal ganadero y se le morían las vacas de hambre. Le recomendé una corrida para Las Fallas de Valencia y se la rechazaron porque los toros, flacones y con el pelo del invierno, ni siquiera dieron el peso reglamentario.

El único personaje que me quedaba para cambiar la monotonía de la fiesta era Victorino y la tarea de recuperar el prestigio de los Albaserrada. Pero esto era ya mucho más fácil. Porque si salía un manso con peligro que podía hundir a cualquier ganadero, para Victorino podía ser un triunfo. Así se creo el mito del toro “alimaña” y me resultó facilísimo convencer al público que tenía mucho más interés la emoción del peligro que el borrego bobalicón detrás de la muleta sin mirar al torero. Que el toreo necesitaba más sobresaltos y menos comodidad.

Así se hizo el milagro de que los toros malos de Victorino recibieran tantas ovaciones en el arrastre como los buenos. A ningún ganadero se lo habían puesto más fácil en toda la historia. Le daban prestigio los bravos pero los malos, los que debieron ser un fracaso, les crearon la leyenda. Para más suerte no tenía enemigos porque los moruchos de Miura ya no daban una mala cornada y lo de Pablo Romero se caía mucho y sólo conservaban su aparatosa carrocería. El sitio del triunfador estaba vacío y Victorino estaba destinado a ser el mandamás de los ganaderos.

Puse manos a la obra y lo cierto es que el personaje respondió a las mil maravillas. Por si faltaba algo lo enseñé a dar conferencias y llenaba los salones más que los intelectuales y los pedantes teóricos de la literatura taurina. El pobre Zabala se cagaba de miedo cuando tenía que hablar en público y las llevaba escritas. Así que el cateto también servía para mítines que enardecían al personal con cuatro cantinelas como la defensa del público que paga, la integridad del toro, acabar con los abusos de los picadores y con la avaricia de los empresarios.

Yo había subido al monigote encima de una mesa para que bailara. Pero lo cierto es que aprendió enseguida a bailar. La música la sabíamos todos. Pero el que ya no se bajó de la mesa fue Victorino. Y sigue en el baile. Pero de bastonero con mucho mando.

Nota: Como esto se ha extendido demasiado porque la historia es larga, cortamos ahora para seguir un día de estos.

Fuente: http://www.alfonsonavalon.com/

1 comentario:

  1. Parece que lo de Escudero Calvo se acabó y Victorino ha perdido el norte en lo que se llama selección rigurosa.
    Esto explica su ausencia de Madrid y el reciente petardo de Sevilla.El hijo habla de los nuevos sementales,parece que no resultó lo esperado.Va a terminar como los Miura,en manos de la virgen.

    E.M.S.




    Aficionado de Surco.

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